36 Cuando el rey volvió de las regiones de Cilicia, los judíos de
la
ciudad junto con los griegos, que también odiaban el mal, fueron a
su
encuentro a quejarse de la injustificada muerte de Onías.
37 Antíoco, hondamente estristecido y movido a compasión, lloró
recordando la prudencia y la gran moderación del difunto.
38 Encendido en ira, despojó inmediatamente a Andrónico, de la
púrpura y desgarró sus vestidos. Le hizo conducir por toda la ciudad hasta
el mismo lugar donde tan impíamente había tratado a Onías; allí hizo
desaparecer de este mundo al criminal, a quien el Señor daba el merecido
castigo.
39 Lisímaco había cometido muchos robos sacrílegos en la ciudad
con el consentimiento de Menelao, y la noticia se había divulgado
fuera;
por eso la multitud se amotinó contra Lisímaco. Pero eran ya muchos
los
objetos de oro que estaban dispersos.
40 Como las turbas estaban excitadas y en el colmo de su cólera,
Lisímaco armó a cerca de 3.000 hombres e inició la represión
violenta,
poniendo por jefe a un tal Aurano, avanzado en edad y no menos en locura.
41 Cuando se dieron cuenta del ataque de Lisímaco, unos se armaron
de piedras, otros de estacas y otros, tomando a puñadas ceniza que
allí
había, lo arrojaban todo junto contra las tropas de Lisímaco.
42 De este modo hirieron a muchos de ellos, y mataron a algunos; a
todos los demás los pusieron en fuga, y al mismo ladrón sacrílego le
mataron junto al Tesoro.
43 Sobre todos estos hechos se instruyó proceso contra Menelao.
44 Cuando el rey llegó a Tiro, tres hombres enviados por el Senado
expusieron ante él el alegato.
45 Menelao, perdido ya, prometió una importante suma a Tolomeo,
hijo de Dorimeno, para que persuadiera al rey.